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Los Arquetipos

 

Arquetipos

"Los arquetipos son sistemas de aptitud para la acción y, al mismo tiempo, imágenes y emociones. Por un lado, representan un conservatismo instintivo muy fuerte, y por otro, constituyen el medio más eficaz concebible para la adaptación instintiva. Así que son, esencialmente, la parte infernal de la psique (., aquella parte a través de la cual la psique se une a la naturaleza".

Jung quiere decir que lo arquetípico es el fundamento libidinal de la psique. Los arquetipos son los motivadores últimos de la conducta, de los sentimientos y los pensamientos humanos. Por este carácter basal en la dinámica psíquica Jung los considera infernales, en el sentido de daimones, "demonios", potencias instigadoras de la vida psíquica mucho más allá de nuestra voluntad, a la que están supraordinados, y también porque su identidad instintiva los relaciona con nuestros impulsos animales tanto como con nuestras tendencias artísticas y espirituales. En este sentido, estamos tentados de decir que su influencia no se detiene en ser egregios emisarios de la pulsión biológica, ni en la intromisión psicosomática, sino que embarga la regulación del sustrato fisiológico general. Sin arriesgar nada, podemos decir, en definitiva, que los arquetipos son los constituyentes esenciales de todo el espectro de aquello que concebimos como naturaleza humana, desde lo animal al espíritu.

"Psicológicamente (...) el arquetipo como imagen del instinto es una meta espiritual buscada por toda la naturaleza del hombre; es el mar hacia el cual se encaminan todos los ríos, el premio que el héroe extrae de su lucha con el dragón".

Si el Arquetipo es la causa última del ser y el obrar, averiguar su esencia y desvelar su verdadero sentido significan descubrir realmente nuestra auténtica identidad y nuestro destino. Recordemos que la conciencia otorga una amplia variabilidad en el concebir y el obrar, una amplia versatilidad moral, pero sólo se concibe a sí misma, aislada de sus propios fundamentos. Se siente como un cochero solitario en el pescante, que recibe muy mal las indicaciones del amo, oculto dentro de la carroza, y siempre anda temiendo desviarse de la ruta o dar contraproducentes rodeos.

"La imagen primigenia es, pues, una expresión que abarca el entero proceso vital. A las percepciones sensoriales y a las percepciones espirituales internas que al principio aparecen de un modo desordenado e inconexo, la imagen primigenia les da un sentido ordenador y vinculador y con ello libera la energía psíquica de la vinculación a la mera e incomprendida percepción. Pero la imagen primigenia vincula también las energías desencadenadas por la percepción de los estímulos a un determinado sentido, el cual encamina el obrar por las sendas correspondientes al sentido. Libera energía inutilizable, estancada, remitiendo el espíritu a la naturaleza y llevando el mero impulso natural a formas espirituales".

Antes que nada, es preciso aclarar que en esta declaración de Jung existe una confusión semántica entre los conceptos imagen primigenia y arquetipo. Es una definición temprana, aparecida en su obra Tipos Psicológicos, y aún no se había ocupado profundamente, como hizo después, de otras manifestaciones arquetípicas allende la imaginería simbólica (onírica, visionaria, artística o arqueológica). Así que se toma la licencia de hablar indistintamente de una y otro, porque aún para él la imagen primigenia es prácticamente el único modo que tiene de aprehender lo arquetípico, y lo percibe así como una relación unívoca por biyectiva. Nosotros tenemos que tener presente que la imagen es el símbolo, la metáfora, el significante, y el arquetipo es el significado, la realidad misteriosa y oscura aludida. Él mismo aclaraba en otro lugar que el arquetipo es un factor psicoide, trascendente incluso a lo psíquico, que pertenece, en su esencia, a un extremo invisible, inaprensible desde nuestras facultades cognoscitivas. En ese mismo sentido expresó también esta sentencia: "Los arquetipos no pueden ser representados en sí mismos, pero sus efectos son discernibles en imágenes y motivos arquetípicos". Podríamos entenderlos como algo semejante a la energía, que inferimos desde manifestaciones materiales. La imagen primigenia no es una manifestación material, pero sí lo es psíquica. Hecha esta aclaración, comentamos que Jung quiere hablar aquí de los arquetipos como categorías y formas kantianas, a priori, de aprehensión y conocimiento. Gracias a ellos, la psique diferencia objetos, distingue espacio de tiempo, abstrae y ordena cualidades, y no se ahoga en un caos de sensaciones. Lo mismo se aplica a la información recibida por vía estrictamente psíquica, refiriéndose aquí al aparato cognoscitivo intuitivo. Su función no termina ahí, pues el arquetipo es una fuente de energía que irradia en todas las direcciones psíquicas, y después de servir a la recopilación, ordenamiento y consideración de la información, y de alentar a ello, convoca al acto, a través de la motivación conductual. Se produce así un reflujo que avanza desde lo físico a lo espiritual, para luego regresar a lo físico de nuevo. Convoca así, igualmente, a la abstracción espiritual y al impulso actuante en el mundo. La soledad meditativa del sabio, cuyo conocimiento se transforma luego en una moral que cambia el entorno. El Buda que asciende y regresa, por la "compasión" hacia el mundo. Demasiado profundas consideraciones para extendernos aquí en ellas, pero quedémonos con la idea remarcada de los arquetipos como objetivos últimos de nuestra necesidad de conocimiento, autoconocimiento y moral. Y fundamentos mismos de esa urgente necesidad. En este sentido, Jung vuelve a decir:

"No podemos liberarnos legítimamente de nuestras bases arquetípicas a menos que estemos dispuestos a pagar el precio de una neurosis, tal como no podemos deshacernos de nuestro cuerpo y sus órganos sin cometer suicidio. Si no podemos negar los arquetipos o neutralizarlos de otro modo, nos vemos enfrentados, en cada nueva etapa de diferenciación de la conciencia a la cual aspira la civilización, a la tarea de encontrar una nueva interpretación apropiada para esa etapa, a fin de conectar la vida del pasado que aún existe en nosotros con la vida del presente que amenaza con escaparse".

Las cualidades y atributos de los arquetipos son claramente visibles, sobre todo, cuando hacen acto de presencia irrumpiendo desde lo inconsciente en una conciencia individual. Entonces, meditar en el símbolo revelado, reflexionar, buscando la abstracción por encima de sus aspectos concretos, produce ideas filosóficas cada vez más profundas y universales. Su emotividad predispone a afrontar cambios en la dirección vital. La morfología concreta de la imagen a veces infunde determinado comportamiento práctico. El modo en que altera la organización del entorno ambiental es el rostro con que se presenta aquello que llamamos Destino. Por supuesto que lo arquetípico, como fundamento libidinal psíquico, no precisa hacerse consciente en ningún grado para ejercer de motor de la conciencia. Su actividad es preexistente a la aprehensión de cualquiera de sus eventuales y flagrantes manifestaciones. Pero, eso sí, las ideas, motivaciones y actos que produce en una personalidad profundamente inconsciente de estos sus basamentos últimos tienden a ser más confusos, dispersos, vacilantes e incongruentes, y más propensos a posesiones y proyecciones compulsivas concretistas, a la corta o a la larga, inconducentes. Es por esto que las culturas atesoran representaciones mitológicas colectivas, que intentan prestar inspiración y orientación libidinal a todas aquellas conciencias, las más numerosas, donde el Inconsciente Colectivo, matriz de los arquetipos, no hace acto íntimo, explícito e individualizado de presencia.

Como hemos ido comprobando, Jung no escatima energías en recalcar la relación de los arquetipos con lo instintivo, lo terrenal, la realidad fáctica. Su intención en todo momento es evitar que se conciban sólo como productos de la mera fantasía, formas psíquicas etéreas, caprichosas y vacías. O bien como residuos obsoletos de arcaicas y erróneas formas de meramente pensar. En otro lugar habla de los arquetipos como autorrepresentaciones del instinto, es decir, formas en que nuestro basamento instintivo se revela a nuestra conciencia, facilitándonos la aprehensión de un sentido inteligible dentro de él. 
 

El problema del origen de los arquetipos. Evolución del concepto.

Después de dar cuenta de ciertos rasgos de su naturaleza vemos que es muy difícil siquiera postular cómo se origina un arquetipo. Reflexionando sobre el conspicuo carácter innato de la imagen primigenia, nos topamos pronto con el grave problema que supone el modo desconcertantemente preciso en que parece heredarse y transmitirse, pues la sorprendente identidad formal de ciertas imágenes primordiales que se revelan hoy día desde los trasfondos inconscientes con sus antecedentes arqueológicos remotos fue precisamente lo que puso a Jung en la pista del gran descubrimiento, y lo que sirvió de excusa para su bautizo (Arquetipo=modelo arcaico). Al principio, parecía que la cuestión debía entenderse considerando los arquetipos como adquisiciones culturales que, de algún modo, quedaban integradas en los trasfondos más profundos de lo inconsciente, y desde ahí se heredaban de generación en generación (esta explicación apresurada y preliminar es, sin embargo, una de las más popularmente aceptadas hoy día, y la que más malentendidos causa alrededor de la comprensión de la naturaleza arquetípica). Jung matizó estas reflexiones hablando del arquetipo como el precipitado de infinitamente repetidas experiencias humanas sobre temas esenciales y universales a lo largo de eones, que se iba sedimentando y arraigando en la Psique, como un poso de infinita sabiduría práctica sobre el vivir y la vida. Todo esto recuerda bastante al pensamiento freudiano que postulaba que los contenidos formales del inconsciente fueron antes contenidos conscientes, vivencias externas, que acabaron cayendo ahí, pero llevado al plano de lo Inconsciente Colectivo. Con estas ideas freudianas alrededor de la ontogenésis de lo inconsciente Jung no comulgó nunca, pero se ve que dudó mucho en rechazarlas aplicadas a su filogénesis. Comprendemos que estas explicaciones querían abarcar ese aspecto tan refinado, artístico, en definitiva, tan propio de lo cultural consciente, que tienen las imágenes primigenias, aún nacidas espontáneamente desde los trasfondos inconscientes, donde la mente lógica tiene una natural tendencia a esperar poco más que un informe caos de deseos, propios de una entidad animalesca, opaca y ciega. En rigor, ocupándonos del arquetipo en su faceta de patrón elaborado de comportamiento relacional y cultural, su faceta, digamos, moral, se hace muy difícil alejarnos del mundo consciente humano y buscar orígenes que no estén en este estrato. La línea argumental es clara: algo tan preciso y diferenciado es propio como creación de las facultades psíquicas superiores, y éstas están en lo consciente. Así que la génesis tuvo que ocurrir desde afuera, hacia dentro: "nada es en el arquetipo que no estuviera antes en los sentidos".

Pero ninguna de estas consideraciones abarca y hace justicia a la auténtica esencia del arquetipo. Su abismal preexistencia a todo lo consciente, su naturaleza inasible por remotamente inconsciente, y sus cualidades (a caballo entre lo psíquico y lo físico), tan extrañas y diversas en tantos puntos a las aptitudes y actitudes conscientes, tan contrastables con los familiares modos de encarar las vivencias y experiencias (por más eones que pasen) que tiene la conciencia, no permiten relajarse postulando explicaciones que traten de deducir su realidad interior, insólita, desde experiencias en el ordinario afuera. En general, no esperemos mucha certeza de ninguna explicación que trate de fundamentar un a priori sólo desde un a posteriori.

En efecto, el primer gran escollo con que se encuentra, antes que después, toda teoría explicativa sobre la génesis de los arquetipos que trate de poner el acento en el factor aprendizaje es, precisamente, darse de bruces con el oponente natural que tiene en psicología toda aserción behaviourista: las consideraciones sobre lo innato, lo genetista. Imposible darle esquinazo a este conflicto en este contexto, pues precisamente la cualidad ontológica fundamental de la que partimos para intentar comprender el arquetipo es su carácter filogenético. Y no sólo su llamativo carácter hereditario nos remite al contexto de los genes, también lo hace su definitivo carácter "infrarrojo", instintivo, que lo "corporiza" acentuadamente. Lo fisiológico, lo orgánico, lo corpóreo, nos remiten inmediatamente también al estrato de lo genético. Jung postula la directa relación entre lo corpóreo, lo genético, y el arquetipo, en esta sentencia: "(Los arquetipos) se heredan con la estructura cerebral (en verdad, son su aspecto psíquico)". Si la tomamos como válida, tendremos que resolver el acertijo del huevo y la gallina de este modo: el cerebro hizo al hombre, y no el hombre a su cerebro. Al menos, según lo que creemos saber hoy día con respecto al desarrollo evolutivo de las especies. Jung va tratando de encontrar la solución a la paradoja entre lo innato y lo adquirido, con mucho esfuerzo, en aseveraciones como ésta: "No se (...) trata de ideas heredadas, sino de posibilidades de ideas heredadas. Tampoco son adquisiciones individuales sino, principalmente, comunes a todos, como puede deducirse de [su] presencia universal". Aquí el arquetipo pierde definición, elaboración, cualidades que nos resultan más cercanas al aprendizaje y la instrumentalización conscientes, para irse convirtiendo en lo prefigurado, la matriz preforme, la categoría abstracta kantiana, que nos parece cuadrar más con lo que intuímos sobre aquello que puede ser lo innato psíquico.

Pero justo hablando de psique y cerebro tenemos que traer a colación algo que dará un giro sorprendente a todas las consideraciones expuestas hasta aquí sobre el origen y la transmisión de los arquetipos. Los estudios e hipótesis del biólogo Rupert Sheldrake han sido jubilosamente acogidos por toda la comunidad junguiana. Como etólogo, especialista en el comportamiento animal, ha creído encontrar fenómenos tan extraños en las pautas de aprendizaje y transmisión de éste en las comunidades animales, que se ha visto obligado a formular la existencia de lo que él ha bautizado como "campos mórficos" o "morfogenéticos", algo así como entidades metafísicas, bastante más allá de los cuerpos y los cerebros, donde se guarda toda la información relativa a las pautas de comportamiento y a la memoria colectiva de las especies. En realidad, él ha ampliado el campo de jurisdicción de los campos mórficos a todo lo existente, más allá de la biología, para convertirlos en moldes abstractos de la forma y el comportamiento de todo lo fenomenológico físico. Esta es, exactamente, la misma línea especulativa que con el tiempo fue Jung adoptando en relación a la explicación de la naturaleza y origen últimos de lo arquetípico. Un fundamento de esta guisa, de esencia metafísica, es lo único capaz de empezar a explicar toda la bizarra fenomenología, desde la abundante parapsicología (telepatia, presciencia, precognición) hasta la sincronicidad, que suele presidir las irrupciones del arquetipo. El inconsciente colectivo, como campo mórfico, unifica la preexistencia, lo innato, con lo derivado, pues es a la vez una matriz preformadora con una tendenciosidad teleológica dada, aunque no estrictamente definida, y un compendio de información concreta y elaborada que se va actualizando a sí mismo con las sucesivas aportaciones desde las conciencias individuales que componen la especie. Es inapelable como un gen, y a la vez dúctil y maleable. Al pertenecer a un estrato extraordinario, nos explica el acaecer paranormal de lo arquetípico, tan suprahumano, y al estar esencialmente imbricado con la etología ordinaria humana podemos entender que lo percibamos a menudo con un antropomorfismo acusado (justo en el punto de contacto entre estos dos órdenes es donde se aparece el arquetipo del Mago). No está en el cerebro, no está en el cuerpo, no está en los genes, pero es la causa última de lo humano heredado, desde lo físico al carácter. Afecta muy concretamente al individuo, a la especie, pero en sí parece conectado holísticamente con el Todo. Gracias a esta perspectiva privilegiada, asomada a lo universal, y como matriz de nuestra inteligencia, nutriéndose a la vez de ella, contiene un conocimiento excelso y supraordinado, que representa antropomórficamente el arquetipo del Viejo Sabio.


 
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